En
la entrega de hoy, seguimos analizando lecturas que nos hablan del Teorema de
Pitágoras o de las Matemáticas en general. Hoy vamos a descubrir como las matemáticas y el Teorema también se relacionan con
el sexo, aunque en algunas comparaciones (como vemos en las imágenes) se
relacionan de una forma graciosa e ingeniosa, sin embargo, en la literatura se conciben las Matemáticas
y el teorema de Pitágoras como algo frío que están en el extremo opuesto a la
pasión y por ello, son producto de imágenes negativas. Por este motivo, no es
de extrañar que nos las encontremos como método, con solo pensar en ellas, para
mitigar una erección. Así lo leemos en la novela erótica “Elogio de la
madrastra” (Tusquets, 1988) del Premio Nobel de Literatura (2010), el
peruano-español Mario Vargas Llosa.
Ahora sí —don Rigoberto tenía los
ojos entrecerrados y era como si toda la energía hubiera huido del resto de su
cuerpo para refugiarse en sus órganos reproductor y nasal— sus narices estaban
aspirando la madreselva de doña Lucrecia. Y mientras el tibio y denso perfume,
con reminiscencias de almizcle, de incienso, de coles remojadas, de anís, de
pescado en vinagre, de violetas abriéndose, de sudores de niña virgen, subía
como una emanación vegetal o una lava sulfurosa hasta su cerebro,
erupcionándolo de deseo, su nariz, mudada en sensitiva, podía también sentir
ahora aquella fronda amada, el roce viscoso de la raja de candentes labios, el
cosquilleo del húmedo velloncino cuyos sedosos filamentos hurgaban sus
orificios nasales exacerbando aún más el efecto de narcótico vaporoso que le
brindaba el cuerpo de su amada.
Haciendo un gran esfuerzo
intelectual —repetir en voz alta el
teorema de Pitágoras— don Rigoberto detuvo a medias la erección que
comenzaba a destocar aquella cabecita enamorada, y, salpicándola con puñados de
agua fría, la apaciguó y devolvió, encogida, a su discreto capullo de pliegues.
Esta misma idea, pero sin hablar del teorema que relaciona la hipotenusa y los catetos de un triángulo rectángulo, nos la encontramos en la novela “1Q84” (Tusquets, 2011) del escritor japonés Haruki Murakami. En cierto momento de la novela, uno de sus dos protagonistas, el profesor de matemáticas y escritor de nombre Tengo, ante una erección prolongada e incómoda, piensa lo siguiente:
Ni Sonny y
Cher, ni las multiplicaciones de números
de tres cifras, ni las fórmulas matemáticas complejas sirven de nada para
controlar una erección.
Pero existen más citas relacionadas con el sexo, por ejemplo, en la novela
inacabada “Tiempo de destrucción” (Seix Barral, 1983) de Luis
Martín-Santos.
Tuve que proponerme una
vez más la cuestión de la posible separación de las dos piernas femeninas y
cómo yo al pasar al otro lado de la frontera tendría que hacer el esfuerzo que
exige al geómetra, al descubridor del
teorema de Pitágoras, al que llega a ver, con los ojos de la inteligencia
tan plenamente demostrado como una intuición directa, que efectivamente el
cuadrado construido sobre la hipotenusa tiene un área equivalente a la suma de
las áreas de los… Y no tengo claridad para ello, porque lo que tengo que hacer
no es de este orden, sino de un orden brutalmente físico, y lo que voy a hacer
no quiero hacerlo embriagándome de alcohol, de deseo, ni de entusiasmo ficticio
por eso que llaman amor, efusión sentimental, yo al fin también, caído en ella,
como cualquiera que me haya dicho “Es mona esa chica” y se me haya hinchado el
pecho de un orgullo tonto vanidoso.
En ocasiones, se hace uso de las matemáticas como sinónimo de inteligencia,
o no entenderlas (por ejemplo, el escolar teorema de Pitágoras) como todo lo
contrario. En el
best-seller “Maldito Karma” (Seix Barral, 2009), de David
Safier, la protagonista, que se ha reencarnado en una hormiga tras su
muerte, describe a la mujer que ve con su antiguo amante de la siguiente
manera:
Vi que Daniel no estaba solo. Nada
solo. A su lado iba una rubia. Tenía un cuerpo 90-60-90, de los que no suelen
verse si no es en los reportajes sobre la vida nocturna en Saint-Tropez.
Tendría unos veinticinco años, y su coeficiente intelectual no parecía ser
mucho más elevado. Soltaba risitas a todo lo que Daniel decía. Seguro que
incluso habría soltado risitas si él hubiera dicho: En todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a
la suma de los cuadrados de los catetos.
La literatura también
expresa la idea generalizada de que los resultados matemáticos no son más que
un conocimiento escolar, que simplemente podrá ser útil en la escuela o el
instituto, pero nada más, no en la vida cotidiana. Aunque se reconoce que las matemáticas, puede
que sean importantes para nuestra sociedad, pero realmente no parecen tener interés para la mayoría de la población,
y mucho menos causar grandes entusiasmos. Se concibe que las matemáticas no
forman parte de nuestra vida ordinaria y que realmente no les afectaría nada
que los resultados matemáticos no se hubieran descubierto. Afortunadamente cada
vez son menos las personas que piensan esto.
En este sentido, se expresa una de
las mujeres protagonistas de la novela “Hipótesis” ( 1975), de Raúl Guerra Garrido, para hablar de su
marido:
Sin rabia, todo lo referente al para ella tan ajeno Luis, o don Luis, o su
marido, era neutro, algo como el teorema
de Pitágoras, atrayente en la demostración, práctico para resolver
problemas de geometría en el colegio y después nada, nunca más se le volvía una
a tropezar por la calle, ni en la cama, los dos dormitorios habían sido la
solución madrugante y definitiva.
El premio Nobel de Literatura de 1987, Camilo José Cela, escribía en
su novela “El asesinato del perdedor” (1995) lo siguiente.
Los perros cultos se
matan por razones muy abstractamente políticas, y los perros ignaros se matan
por un hueso desnudo. La lucha se justifica en sí misma y las guerras justas
son las más monstruosas y artificiales de todas las guerras. Nadie debe tratar
de envolver la palabra en el argumento contrario, como la pella de mantequilla
en las hojas de lechuga: el principio de Arquímedes, por ejemplo, lo que más afligió a Marcelo fue la muerte
de Arquímedes, el teorema de Pitágoras, tan obvio, tan necesario, tan
hermoso, la ley de Newton, quien al nacer era tan pequeño que según su madre
hubiera cabido en una taza, pudieran no haberse descubierto y los perros cultos
y los perros ignaros seguirían comportándose igual.
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